Sunday, September 03, 2006

Reflexiones sobre el movimiento feminista. Cuestiones sobre la identidad.
En el presente texto reflexiono sobre si preferir un feminismo que des-coloque al género como su categoría capital o privilegiar la necesidad de poner en la identidad un acento que todavía sea preponderante.
Decir movimiento feminista post-identitario suena como una contradicción. Se piensa que un movimiento feminista necesariamente está formado en torno a lo mujer y por lo tanto gira en torno a una identidad llamada mujer. Sin embargo, la idea de que la categoría mujer forma una identidad en la que podemos incluir a todas las sujetas de sexo femenino ha sido desestabilizada desde que las primeras feministas negras contestaron el feminismo blanco y de clase media, argumentando que la experiencia no podía igualarse a la identidad (hooks, 1984). Esto fue continuado por muchos otros movimientos de mujeres desde el margen, y la heterogeneidad de la categoría mujer quedó al desnudo. En este debate se genera un punto de difracción que tiene dos implicaciones que se separan: la primera es que la experiencia entre las mujeres es diferente siempre, y tiene que ver con otras posiciones que atraviesan a las personas en su conjunto; la segunda es que en una sociedad de binarios, donde la categoría de mujer implica unas diferencias respecto de la categoría de hombre, la experiencia de las mujeres tendrá unas marcas que la diferenciarán como grupo de alguna manera. La segunda alternativa nos llama la atención sobre la necesidad estratégica de contar con un movimiento feminista que se aglutine en torno al ser mujer y a las experiencias diferenciales del género. La primera alternativa nos invita a trascender la experiencia femenina e ir en busca de la diferencia radical. La segunda es más asible y más manejable políticamente, es un terreno que conocemos mejor. La primera es un poco resbalosa e incierta y nos amenaza con la desintegración.
Una de las complicaciones del lenguaje identitario es su capacidad para generar aparentes esencias. Aún cuando la lucha política sea explícita en cuanto a su antiesencialismo, siempre está el problema de la fijación que produce el lenguaje, vehículo imprescindible para la enunciación de nuestra identidad o posición. Cada vez que nombramos algo también nombramos lo que no está incluido en ese algo, las categorías tienen un “exterior constitutivo” (Mouffe, 2001, p.37).
Uno de los argumentos fuertes para pensar en la generación de un movimiento que más que las identidades considere las posiciones de sujet@, es que eso le permite mayor plasticidad; cada vez que fijamos un nosotras también creamos un ellas. Se produce entonces la creación de una “otra”. Esto quiere decir que la otredad en este caso no son los hombres, sino más bien otras mujeres con las experiencias y las posiciones que no fueron explicitadas en nuestra agenda. La creación de márgenes es inevitable en cualquier movimiento identitario (incluso cuando hablamos de identidades “provisionales” (Butler, 1993) o fragmentarias) e incluso en aquellos que no lo son, pero estos últimos son más flexibles y tienen una plasticidad mayor para reformularse y reordenarse. El proyecto democrático radical propuesto por Mouffe y Laclau (1985) por ejemplo, se remite a la articulación de las diferencias mediante operaciones de equivalencia que deben ser continuamente revisadas y reformuladas incluyendo nuevas particularidades en la articulación, pero con la conciencia de que siempre habrá particularidades dejadas fuera. Este proceso es continuo y lo universal se ve como un requisito necesario pero imposible.
Pensar lo social en términos de posiciones de sujet@ (Laclau & Mouffe, 1985), hace que podamos tener un mejor panorama de las múltiples y diferentes formas que puede tomar lo social y lo individual. Los cruces de posiciones pueden ser vistos como constelaciones particulares, donde lo mujer es una entre las muchas otras posiciones de sujet@ posibles. Debemos tener en mente, eso sí, que lo mujer genera unas particularidades bien definidas y que no es una posición de poco peso o poco densa, sino que, por el contrario, además de estar marcada por una corporeidad difícil de desnaturalizar, está también caracterizada por fuertes relaciones de poder. Esto implicaría generar un movimiento de equivalencias entre las mujeres, pero respetando las diferencias entre e intra grupos y entre e intra individuas, con conciencia de la existencia de márgenes y flexibilidad para ir incorporando estos márgenes en la medida de lo posible. Las claves de esta propuesta son la contingencia y la especificidad histórica, la capacidad de un movimiento para reformularse periódicamente y reajustar los márgenes, los cuales siempre son parciales y no están totalmente cerrados. Esta idea de no cierre se relaciona con el concepto fijaciones parciales (Mouffe, 1999), las cuales se postulan como un modo de definir un nosotr@s (y por tanto una cierta hegemonía) en cierta forma provisorio, como manera de canalizar las luchas políticas. En este sentido, las fijaciones parciales recuerdan al concepto de “esencialismo estratégico” enunciado por Spivak (1988), quien critica el esencialismo en su aplicación (y como marco epistemológico a priori), pero que sin embargo, siendo estratégicamente aplicado, como en el caso de los estudios subalternos en historiografía, puede resultar útil como herramienta de cambio y subversión.
Por otro lado, no basta con unas sujetas mujeres (como categoría) cada vez más inclusivas. Es necesario que el movimiento feminista, desde su experiencia y sus necesidades, también vuelva la mirada a problemáticas de sexo/género en general. Creo que este giro tiene dos razones fundamentales que lo hacen necesario. La primera es que, en tanto mujeres, siempre nos veremos afectadas por discursos o prácticas de sujeción sexual o de género (sean cuales sean éstas) y la única manera de hacer frente a ellas desde nuestras posiciones es desestabilizando la matriz heterosexual en su totalidad. La segunda es que, aunque los discursos del cuerpo de mujer nos han construido como sujetas mujeres de una manera diferente a los sujetos hombres (como complementarias u opuestas a ellos), nuestro cuerpo y nuestras experiencias no son naturales (Walkerdine, 1994); del trabajo de desnaturalización depende mucho nuestra lucha si lo que queremos es que nuestras categorías vayan ganado cada vez más fluidéz.
Claramente, mi planteamiento no intenta proponer el “disolver” la categoría mujer mientras ésta nos sirva para realizar actuaciones políticas beneficiosas, pero sí propongo revisarla continuamente y admitir una mayor complejidad cada vez que esto sea posible. Ciertamente, no es tan contradictoria la disyuntiva entre partir de una sujeta mujer mientras se fantasea con su disolución como categoría; y esto está muy bien sintetizado en palabras de Butler (1993): “dentro del debate feminista, un problema creciente ha sido el de conciliar la aparente necesidad de formular una política que asume la categoría ‘mujeres’ con la demanda, a menudo políticamente articulada, de problematizar la categoría, de interrogar su coherencia, su disonancia interna, sus exclusiones constitutivas” (p. 188) . La extensión del movimiento feminista hacia otros cuerpos y hacia experiencias diferentes pero similares, son una vía hacia la desnaturalización y la desesencialización que muchas feministas creemos necesarias para mejorar la vida de las mujeres.
Es cierto que algunas experiencias son específicas para ciertas categorías como el género, las cuales son tan relevantes y decisivas como para hacer divisiones profundas entre individu@s. Sin embargo, también es cierto que las experiencias, en su mayoría, no son compartidas entre las mismas mujeres (Fernández, 1994). De este modo, como algunas autoras han argumentado , a la base de la concepción occidental, binaria y naturalizante de lo masculino y lo femenino está también (casi como resultado) la configuración de unas subjetividades diferenciadas. Estas subjetividades, sin ser esenciales (y quizás tampoco necesarias) están allí de todos modos, como producto de la interacción de lo social y lo individual (Walkerdine, 2001). En adición, estas subjetividades son, en muchos casos, relacionales o vinculares (Butler, 1997) y se expresan en lo social, pero no pertenecen puramente a este ámbito . La subjetividad es aquí un tema importante y nos hace pensar en la necesidad de conservar cierta estructura identitaria mientras trabajamos en una dirección un poco contradictoria. En efecto, la subjetividad femenina no puede ser negada y debe ser tomada en cuenta antes de intentar cualquier maniobra que tenga como efecto no deseado su invisibilización más que hacerla (como se desearía utópicamente) simplemente prescindible. Sin embargo, y tomando todo aquello en cuenta, está claro que la existencia de una individua coherente y, por lo tanto, identitariamente unitaria, no es posible ni deseable (Haraway, 1991; Butler, 1993). Por otra parte, la subjetividad es un elemento que nos permite ver la otra cara de la moneda, en la que cualquier discurso totalizante actúa ensombreciendo la diferencia y la particularidad. Quizás ambos argumentos sobre la política latente en la subjetividad nos ayuden a explicar un poco lo que Butler (1993) caracteriza como la frustración y desilusión ante el incumplimiento de la “promesa” de una identidad unitaria y coherente, así como de todas sus implicancias.
Conclusiones.
Después de recorrer por asuntos como la subjetividad, la experiencia y la articulación a través de posiciones de sujeta más que de identidades estables, mi propuesta podrá parecer algo contradictoria. Sin embargo, yo prefiero verla como una buena estrategia de transición. Creo firmemente que necesitamos transitar hacia la generación de un movimiento de prácticas o éticas feministas, que recoja el saber feminista construido, pero no como un movimiento exclusivo para las mujeres, sino más bien un movimiento de l@s otr@s. Esto significa otorgar un peso importante (quizás igualmente importante) a todas las dimensiones posibles que puedan arrojar como resultado relaciones de poder desiguales y opresivas e igualmente incluir sus saberes y demandas. No obstante, el acento en el género es importante y no debe descuidarse . El feminismo es uno de los movimientos más sugerentes, revolucionarios, diversos y penetrantes de nuestra sociedad, en el cual muchas otras luchas reivindicativas han visto una inspiración; aún tiene mucho sentido, tanto su lucha como su sujeta, y aún está en proceso de cambiar el mundo. A pesar de la complejidad que las experiencias, las subjetividades y las posiciones parecen tener, debemos mantener una mirada estratégica y conservar las identidades que todavía no se han hecho redundantes (como no lo es aún para mí la de mujeres).
Más allá del debate de lo identitario o lo post identitario, creo que nuestra tarea es construir un movimiento feminista con cada vez menos exclusiones y abusos de poder, el cual sea capaz de cambiar no sólo la vida de las mujeres, sino la de todas las personas en su proceso. Esto exige flexibilizar nuestras articulaciones políticas, hacer más y más conciente nuestro carácter histórico, pensar y actuar movimientos feministas contingentes y situados, sensibles y acompasados con la mayor cantidad de particularidades que podamos distinguir.
Mi idea es sencilla: mientras somos mujeres naturalizadas y con una posición definida como diferente, tenemos que hacer algo desde allí. Pero ¿mientras tanto? Podemos desnaturalizarnos en el proceso, podemos abrir el espectro y preparar un terreno social fértil para una idea mas abierta de lo mujer. Probablemente para muchas feministas la contradicción es clara: ser feministas para que la categoría mujer pueda desaparecer. Esto quiere decir que aunque el ser mujer siga siendo una posibilidad en el espectro, ello deje de ser un polo del binario, de lo único posible.
Referencias.
Butler, J. (1993) Bodies that Matter. On the Discursive Limits of “Sex”. London: Routledge.
Butler, J. (1997) Mecanismos Psíquicos del Poder. Teorías sobre la Sujeción. Madrid: Cátedra.
Fernández, A. M. (1994) La Mujer de la Ilusión. Pactos y Contratos entre Hombres y Mujeres. Buenos Aires: Paidós.
Haraway, D. (1991) Conocimientos Situados: La cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial, en Haraway, D. Ciencia, Cyborgs y Mujeres. Valencia: Ediciones Cátedra.
hooks, b. (1984) Feminist Theory, from Margin to Center. Boston: South end Press.
Laclau, E. y Mouffe, C. (1985) Hegemonía y Estrategia Socialista. Madrid: Siglo XXI.
Mouffe, C. (1999) Feminismo, Ciudadanía y Política Democrática Radical, en Mouffe, C. (ed.) El Retorno de lo Político. Barcelona: Paidós.
Mouffe, C. (2001) Algunes Observacions Sobre Política Feminista. Transversal 15/01. El Cos de les Idees. Pp. 36-41.
Spivak, G. (1988) Los estudios Subalternos,: La Deconstrucción de la Historiografía. En Carbonell, N. Y Torras, N. (eds.) Feminismos Literarios. Madrid: Arco.
Walkerdine, V. (1994) Femininity as Performance. En Stone, L. (ed) The Education Feminism Reader. London: Routledge.
Walkerdine, V. (2001) Growing up Girl. Psichosocial Exlorations of Gender and Class. Basingstoke: Palgrave.

1 Comments:

Blogger MujeresNet.Info said...

¡Bravo! He quedado con la boca abierta, pero eso sí, con un buen sabor en ella.
Qué capacidad de reflexión, de exponer una idea. Sólo creo que el movimiento feminista no le ha dado la espalda a las problemáticas de sexo/género en general. Que falta mucho por hacer, sí. Que en ese andar el mismo feminismo se re-define, se deconstruye y se re-construye, también es cierto. Pero... ¡bravo por eso! ¡Y bravo por tus palabras!
¿No te gustaría donarme algún texto tuyo para incluirlo en mi blog? Además, si te interesa, podemos intercambiar links.
Un abrazo solidario.

8:28 PM  

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