Sunday, September 03, 2006

Reflexiones sobre el movimiento feminista. Cuestiones sobre la identidad.
En el presente texto reflexiono sobre si preferir un feminismo que des-coloque al género como su categoría capital o privilegiar la necesidad de poner en la identidad un acento que todavía sea preponderante.
Decir movimiento feminista post-identitario suena como una contradicción. Se piensa que un movimiento feminista necesariamente está formado en torno a lo mujer y por lo tanto gira en torno a una identidad llamada mujer. Sin embargo, la idea de que la categoría mujer forma una identidad en la que podemos incluir a todas las sujetas de sexo femenino ha sido desestabilizada desde que las primeras feministas negras contestaron el feminismo blanco y de clase media, argumentando que la experiencia no podía igualarse a la identidad (hooks, 1984). Esto fue continuado por muchos otros movimientos de mujeres desde el margen, y la heterogeneidad de la categoría mujer quedó al desnudo. En este debate se genera un punto de difracción que tiene dos implicaciones que se separan: la primera es que la experiencia entre las mujeres es diferente siempre, y tiene que ver con otras posiciones que atraviesan a las personas en su conjunto; la segunda es que en una sociedad de binarios, donde la categoría de mujer implica unas diferencias respecto de la categoría de hombre, la experiencia de las mujeres tendrá unas marcas que la diferenciarán como grupo de alguna manera. La segunda alternativa nos llama la atención sobre la necesidad estratégica de contar con un movimiento feminista que se aglutine en torno al ser mujer y a las experiencias diferenciales del género. La primera alternativa nos invita a trascender la experiencia femenina e ir en busca de la diferencia radical. La segunda es más asible y más manejable políticamente, es un terreno que conocemos mejor. La primera es un poco resbalosa e incierta y nos amenaza con la desintegración.
Una de las complicaciones del lenguaje identitario es su capacidad para generar aparentes esencias. Aún cuando la lucha política sea explícita en cuanto a su antiesencialismo, siempre está el problema de la fijación que produce el lenguaje, vehículo imprescindible para la enunciación de nuestra identidad o posición. Cada vez que nombramos algo también nombramos lo que no está incluido en ese algo, las categorías tienen un “exterior constitutivo” (Mouffe, 2001, p.37).
Uno de los argumentos fuertes para pensar en la generación de un movimiento que más que las identidades considere las posiciones de sujet@, es que eso le permite mayor plasticidad; cada vez que fijamos un nosotras también creamos un ellas. Se produce entonces la creación de una “otra”. Esto quiere decir que la otredad en este caso no son los hombres, sino más bien otras mujeres con las experiencias y las posiciones que no fueron explicitadas en nuestra agenda. La creación de márgenes es inevitable en cualquier movimiento identitario (incluso cuando hablamos de identidades “provisionales” (Butler, 1993) o fragmentarias) e incluso en aquellos que no lo son, pero estos últimos son más flexibles y tienen una plasticidad mayor para reformularse y reordenarse. El proyecto democrático radical propuesto por Mouffe y Laclau (1985) por ejemplo, se remite a la articulación de las diferencias mediante operaciones de equivalencia que deben ser continuamente revisadas y reformuladas incluyendo nuevas particularidades en la articulación, pero con la conciencia de que siempre habrá particularidades dejadas fuera. Este proceso es continuo y lo universal se ve como un requisito necesario pero imposible.
Pensar lo social en términos de posiciones de sujet@ (Laclau & Mouffe, 1985), hace que podamos tener un mejor panorama de las múltiples y diferentes formas que puede tomar lo social y lo individual. Los cruces de posiciones pueden ser vistos como constelaciones particulares, donde lo mujer es una entre las muchas otras posiciones de sujet@ posibles. Debemos tener en mente, eso sí, que lo mujer genera unas particularidades bien definidas y que no es una posición de poco peso o poco densa, sino que, por el contrario, además de estar marcada por una corporeidad difícil de desnaturalizar, está también caracterizada por fuertes relaciones de poder. Esto implicaría generar un movimiento de equivalencias entre las mujeres, pero respetando las diferencias entre e intra grupos y entre e intra individuas, con conciencia de la existencia de márgenes y flexibilidad para ir incorporando estos márgenes en la medida de lo posible. Las claves de esta propuesta son la contingencia y la especificidad histórica, la capacidad de un movimiento para reformularse periódicamente y reajustar los márgenes, los cuales siempre son parciales y no están totalmente cerrados. Esta idea de no cierre se relaciona con el concepto fijaciones parciales (Mouffe, 1999), las cuales se postulan como un modo de definir un nosotr@s (y por tanto una cierta hegemonía) en cierta forma provisorio, como manera de canalizar las luchas políticas. En este sentido, las fijaciones parciales recuerdan al concepto de “esencialismo estratégico” enunciado por Spivak (1988), quien critica el esencialismo en su aplicación (y como marco epistemológico a priori), pero que sin embargo, siendo estratégicamente aplicado, como en el caso de los estudios subalternos en historiografía, puede resultar útil como herramienta de cambio y subversión.
Por otro lado, no basta con unas sujetas mujeres (como categoría) cada vez más inclusivas. Es necesario que el movimiento feminista, desde su experiencia y sus necesidades, también vuelva la mirada a problemáticas de sexo/género en general. Creo que este giro tiene dos razones fundamentales que lo hacen necesario. La primera es que, en tanto mujeres, siempre nos veremos afectadas por discursos o prácticas de sujeción sexual o de género (sean cuales sean éstas) y la única manera de hacer frente a ellas desde nuestras posiciones es desestabilizando la matriz heterosexual en su totalidad. La segunda es que, aunque los discursos del cuerpo de mujer nos han construido como sujetas mujeres de una manera diferente a los sujetos hombres (como complementarias u opuestas a ellos), nuestro cuerpo y nuestras experiencias no son naturales (Walkerdine, 1994); del trabajo de desnaturalización depende mucho nuestra lucha si lo que queremos es que nuestras categorías vayan ganado cada vez más fluidéz.
Claramente, mi planteamiento no intenta proponer el “disolver” la categoría mujer mientras ésta nos sirva para realizar actuaciones políticas beneficiosas, pero sí propongo revisarla continuamente y admitir una mayor complejidad cada vez que esto sea posible. Ciertamente, no es tan contradictoria la disyuntiva entre partir de una sujeta mujer mientras se fantasea con su disolución como categoría; y esto está muy bien sintetizado en palabras de Butler (1993): “dentro del debate feminista, un problema creciente ha sido el de conciliar la aparente necesidad de formular una política que asume la categoría ‘mujeres’ con la demanda, a menudo políticamente articulada, de problematizar la categoría, de interrogar su coherencia, su disonancia interna, sus exclusiones constitutivas” (p. 188) . La extensión del movimiento feminista hacia otros cuerpos y hacia experiencias diferentes pero similares, son una vía hacia la desnaturalización y la desesencialización que muchas feministas creemos necesarias para mejorar la vida de las mujeres.
Es cierto que algunas experiencias son específicas para ciertas categorías como el género, las cuales son tan relevantes y decisivas como para hacer divisiones profundas entre individu@s. Sin embargo, también es cierto que las experiencias, en su mayoría, no son compartidas entre las mismas mujeres (Fernández, 1994). De este modo, como algunas autoras han argumentado , a la base de la concepción occidental, binaria y naturalizante de lo masculino y lo femenino está también (casi como resultado) la configuración de unas subjetividades diferenciadas. Estas subjetividades, sin ser esenciales (y quizás tampoco necesarias) están allí de todos modos, como producto de la interacción de lo social y lo individual (Walkerdine, 2001). En adición, estas subjetividades son, en muchos casos, relacionales o vinculares (Butler, 1997) y se expresan en lo social, pero no pertenecen puramente a este ámbito . La subjetividad es aquí un tema importante y nos hace pensar en la necesidad de conservar cierta estructura identitaria mientras trabajamos en una dirección un poco contradictoria. En efecto, la subjetividad femenina no puede ser negada y debe ser tomada en cuenta antes de intentar cualquier maniobra que tenga como efecto no deseado su invisibilización más que hacerla (como se desearía utópicamente) simplemente prescindible. Sin embargo, y tomando todo aquello en cuenta, está claro que la existencia de una individua coherente y, por lo tanto, identitariamente unitaria, no es posible ni deseable (Haraway, 1991; Butler, 1993). Por otra parte, la subjetividad es un elemento que nos permite ver la otra cara de la moneda, en la que cualquier discurso totalizante actúa ensombreciendo la diferencia y la particularidad. Quizás ambos argumentos sobre la política latente en la subjetividad nos ayuden a explicar un poco lo que Butler (1993) caracteriza como la frustración y desilusión ante el incumplimiento de la “promesa” de una identidad unitaria y coherente, así como de todas sus implicancias.
Conclusiones.
Después de recorrer por asuntos como la subjetividad, la experiencia y la articulación a través de posiciones de sujeta más que de identidades estables, mi propuesta podrá parecer algo contradictoria. Sin embargo, yo prefiero verla como una buena estrategia de transición. Creo firmemente que necesitamos transitar hacia la generación de un movimiento de prácticas o éticas feministas, que recoja el saber feminista construido, pero no como un movimiento exclusivo para las mujeres, sino más bien un movimiento de l@s otr@s. Esto significa otorgar un peso importante (quizás igualmente importante) a todas las dimensiones posibles que puedan arrojar como resultado relaciones de poder desiguales y opresivas e igualmente incluir sus saberes y demandas. No obstante, el acento en el género es importante y no debe descuidarse . El feminismo es uno de los movimientos más sugerentes, revolucionarios, diversos y penetrantes de nuestra sociedad, en el cual muchas otras luchas reivindicativas han visto una inspiración; aún tiene mucho sentido, tanto su lucha como su sujeta, y aún está en proceso de cambiar el mundo. A pesar de la complejidad que las experiencias, las subjetividades y las posiciones parecen tener, debemos mantener una mirada estratégica y conservar las identidades que todavía no se han hecho redundantes (como no lo es aún para mí la de mujeres).
Más allá del debate de lo identitario o lo post identitario, creo que nuestra tarea es construir un movimiento feminista con cada vez menos exclusiones y abusos de poder, el cual sea capaz de cambiar no sólo la vida de las mujeres, sino la de todas las personas en su proceso. Esto exige flexibilizar nuestras articulaciones políticas, hacer más y más conciente nuestro carácter histórico, pensar y actuar movimientos feministas contingentes y situados, sensibles y acompasados con la mayor cantidad de particularidades que podamos distinguir.
Mi idea es sencilla: mientras somos mujeres naturalizadas y con una posición definida como diferente, tenemos que hacer algo desde allí. Pero ¿mientras tanto? Podemos desnaturalizarnos en el proceso, podemos abrir el espectro y preparar un terreno social fértil para una idea mas abierta de lo mujer. Probablemente para muchas feministas la contradicción es clara: ser feministas para que la categoría mujer pueda desaparecer. Esto quiere decir que aunque el ser mujer siga siendo una posibilidad en el espectro, ello deje de ser un polo del binario, de lo único posible.
Referencias.
Butler, J. (1993) Bodies that Matter. On the Discursive Limits of “Sex”. London: Routledge.
Butler, J. (1997) Mecanismos Psíquicos del Poder. Teorías sobre la Sujeción. Madrid: Cátedra.
Fernández, A. M. (1994) La Mujer de la Ilusión. Pactos y Contratos entre Hombres y Mujeres. Buenos Aires: Paidós.
Haraway, D. (1991) Conocimientos Situados: La cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial, en Haraway, D. Ciencia, Cyborgs y Mujeres. Valencia: Ediciones Cátedra.
hooks, b. (1984) Feminist Theory, from Margin to Center. Boston: South end Press.
Laclau, E. y Mouffe, C. (1985) Hegemonía y Estrategia Socialista. Madrid: Siglo XXI.
Mouffe, C. (1999) Feminismo, Ciudadanía y Política Democrática Radical, en Mouffe, C. (ed.) El Retorno de lo Político. Barcelona: Paidós.
Mouffe, C. (2001) Algunes Observacions Sobre Política Feminista. Transversal 15/01. El Cos de les Idees. Pp. 36-41.
Spivak, G. (1988) Los estudios Subalternos,: La Deconstrucción de la Historiografía. En Carbonell, N. Y Torras, N. (eds.) Feminismos Literarios. Madrid: Arco.
Walkerdine, V. (1994) Femininity as Performance. En Stone, L. (ed) The Education Feminism Reader. London: Routledge.
Walkerdine, V. (2001) Growing up Girl. Psichosocial Exlorations of Gender and Class. Basingstoke: Palgrave.

Demencia senil.
Mi vida está completa,
Ya he escrito un árbol,
He tenido un libro,
y plantado muchos hijos.

Memorias
El ejercicio de pensar sobre la memoria durante este último tiempo, ha agudizado y, en algunos casos, generado reflexiones en torno de la subjetividad, el tiempo como lugar, los límites políticos y la materialidad del lenguaje.
Un primer punto tiene que ver con el carácter social de la memoria, asunto que me parece clave para mi argumentación posterior como también en sí mismo. Tradicionalmente, se reconoce la existencia de una memoria colectiva y pareciera que con este solo reconocimiento el problema del recordar como proceso colectivo estuviera resuelto. Sin embargo, la idea misma de una memoria colectiva implica aceptar que existe una memoria que no lo es. Aceptar la existencia de una memoria individual parece lógico si partimos de la idea de memoria como facultad neurológica, natural y como una propiedad privada. Sin embargo, la memoria no es una mera facultad natural de los organismos. Es una manera compleja de organizar las vidas resignificando un pasado que sólo existe finalmente en la actualidad en la cual es recreado. Este hacer deja de manifiesto el carácter procesual de la memoria y la construcción constante de ésta a través del diálogo y la relación social. La idea de la memoria como acontecimiento social devuelve la agencia ya no al/a la sujet@, sino a la relación social, volviéndose ésta la unidad básica del análisis. Esta concepción de la articulación comunicativa como punto de partida de lo social (y no del/la individu@ aislad@) recuerda al concepto de diálogo trabajado por Bajtin (Burkitt, 1998). Lo intersubjetivo sin embargo, nos lleva a pensar la subjetividad. Podemos ver la subjetividad no como algo necesariamente individual, pero sí como estando localizada dentro de una compleja dinámica discursiva en la cual la particularidad es especialmente subrayada a través de un proceso que Bourdieu (1998) llamaría “trabajo histórico de deshistorización”. No obstante su carácter construido, en la práctica, cuando intervenimos, cuando trabajamos con otras personas, cuando nos relacionamos, no podemos hacerlo partiendo de la base de la negación de la experiencia. Nuestras subjetividades han sido construidas de una determinada forma, pero ¿qué hacemos con ellas mientras recuperamos la historia?
Entender la memoria como algo que creamos, que hacemos en diálogo con otr@s tiene una función política. Hace mucho más expedito el camino hacia el acto de desnaturalizar la memoria para, de este modo, hacernos participes activ@s de ella y adquirir una autonomía respecto de nuestra memoria. Así, la memoria misma como praxis puede ser un poderoso instrumento para desnaturalizar lo aparentemente necesario. Según Ibáñez (1994) la memoria es importante porque nos permite hacer patente el carácter histórico de los hechos sociales. Esto nos permite pensar que “la genealogía de los fenómenos sociales está presente en ellos mismos” (Garay, 2001). Sin embargo, para poder usar políticamente este argumento necesitamos también una idea de tiempo como secuencia, donde algunas cosas se instauraron antes, para llegar al estado en que actualmente están. El pasado es, de este modo, ‘un mal necesario’ y aunque tengamos conciencia de estar reactualizándolo en el presente en forma constante, no podemos prescindir de la idea de historicidad, usando el espacio como metáfora del tiempo. Creo que el valor de la memoria radica, precisamente, en su capacidad de conectar tiempos diferentes, aunque esa temporalidad sea también una construcción discursiva. La memoria sin pasado no tiene sentido.
Un segundo eje argumentativo tiene que ver con la proliferación de significados que posibilita el surgimiento de prácticas sociales transformadoras.
Se ha argumentado que existen ciertas formas de hacer memoria que frenan el nacimiento de múltiples significados, como por ejemplo las conmemoraciones. Esto es innegable partiendo del hecho de que las conmemoraciones (sobre todo aquellas conmemoraciones oficiales, pero no exclusivamente éstas) son producidas por una versión que intenta homogeneizar las demás en torno suyo (lo que Zeruvabel (1995) denominaría narrativas conmemorativas maestras[1]). Como Lustinger (1996) apunta, “los actos de conmemoración pública tienen tanto de estratégicamente inscrito como excluido en sí”[2] . Sin embargo, aún creyendo que el surgimiento de múltiples significados podría tener un potente efecto en nuestro hacer social, creo que la memoria como fuente de proliferación discursiva también tiene limites, los cuales son, precisamente, los limites de lo social. En efecto, para que la eclosión de sentidos diferentes no se vuelva solipsista y clausurante, debe partir del compartir la memoria colectivamente. Como he argumentado mas arriba, la memoria siempre es un acontecimiento colectivo; por tanto, la proliferación discursiva tiene los límites que le da la necesidad de contar con significados compartidos, los cuales son necesarios para construir una versión colectiva. El hacer memoria se convierte en un acto imposible de realizar en un contexto como Babel. La memoria necesita un habla común, el acto de compartir ciertas claves que nos permitan entendernos. En cierta forma, entonces, estas versiones son cerradas e implican el acuerdo colectivo. La memoria es en cierta forma un acuerdo consensual porque necesita ser un producto de la comunicación.
La memoria como producción social está limitada en varios momentos. En un primer momento está reducida a un objeto, la memoria es memoria de algo; este algo acota los limites discursivos de la memoria, la tematiza. Parte de este mismo aspecto es la idea de que la memoria de algo puede moverse estrictamente dentro del terreno lingüístico y discursivo de ese algo; esto quiere decir que habrá vocablos y formas de decir acerca de ese algo, que no podrán extenderse más allá de sus límites de significado. En un segundo instante, los significados deben hacerse comunicables entre los sujetos dentro del colectivo, lo cual exige que muchos de los significados subjetivos de ese algo entren en negociación, a través de la argumentación, para construir una memoria de ese algo. La negociación de nuevo reduce la cantidad de significados posibles. En otro momento está lo intercolectivo; en efecto, la memoria que surge como una versión (de un colectivo) entre muchas, se mira en las otras versiones, quedando así atrapada en el diálogo con ellas. De nuevo los discursos posibles de reducen, porque la memoria se compara con otras y se define en contraposición con otras versiones. El mismo proceso de construir memoria la va cerrando, porque cada vez que nombramos algo dejamos de nombrar todo lo demás[3].
Finalmente, está la idea que, aunque muchas versiones florezcan, hay unas que crecen más y fagocitan a las otras. Podríamos convenir en que la separación entre lo material y lo semiótico no es teóricamente visible, puesto que el acceso que tenemos a ambos campos es a través del significado. Sin embargo, y aceptando el carácter histórico de estas construcciones, creo que las memorias (en particular, pero no exclusivamente) tienen distintas materialidades (densidades), siendo sus significados más o menos densos. Siguiendo con las conmemoraciones como ejemplo, Zerubavel (1995) argumenta que cada periodo en el pasado de las culturas tiene diferente importancia conmemorativa para su gente. En otras palabras, las sociedades pueden concentrar mas energía y tensión alrededor de algunos eventos más que de otros; esta importancia relativa es llamada densidad conmemorativa. El 12 de octubre, por ejemplo, es una fecha de gran densidad conmemorativa para l@s chilen@s como para l@s Mapuche porque sacude las mismas raíces de ambas culturas y hace que sus narrativas conmemorativas maestras choquen entre sí; sin embargo, siempre hay una versión que prima. A su vez, estas dos versiones, cada una en su dominio discursivo y político, han fagocitado muchas otras versiones y contraversiones. Esto se relaciona con el poder, con la hegemonía y con el mayor peso que tienen unos discursos por sobre otros. La proliferación discursiva de las memorias está, de este modo, también limitada por el poder y la hegemonía. En la práctica, algunos “recuerdos”, “experiencias”, “pasados” o “hechos” están mas cristalizados que otros. Estos a veces tienen tanta fuerza que llegan a funcionar como a priori históricos, por lo cual su no-naturaleza es mas difícil de visualizar. Cuando los discursos se hacen aparentemente autónomos y poderosos, entonces se solidifican y toman una presencia más materializada que otros.
La proliferación discursiva vista sin las sutiles variaciones brindadas por estos diferentes argumentos, es de un matiz notablemente diferente, y no puede verse como un proceso exento de problemas ni fácilmente transportable a la práctica. A partir de eso, postular la proliferación discursiva como condición necesaria para debilitar versiones hegemónicas, se acerca bastante a la acción política de aquel futuro que nunca llega. El aquí y el ahora se ven muy lejanos cuando pensamos en que la condición sine qua non de nuestro cambio es la deconstrucción absolutista.
El asunto de la proliferación de las diferencias, que en este caso puede ser pensado en función de diferentes versiones de memoria, ha sido analizado por Mouffe (2001), cuando habla de su proyecto democrático radical. Desde mi punto de vista, una lucha política colectiva necesita comunidad, la que está dada por algo que las personas comparten y que la mayoría de las veces necesita ser nombrado (en el sentido de lenguajeado). Esta mera acción, a mi juicio, fija versiones y con el tiempo las naturaliza; en palabras de Mouffe, se generan “efectos totalizantes” (1999, p.111), porque tal como ella enuncia, unas posiciones de sujeto toman preponderancia sobre otras. En este punto me pregunto cuáles son los propios límites políticos de la multiplicación discursiva. El mismo Laclau (2001) advierte sobre los riesgos de poner al particularismo como el único principio válido, argumentando que esto no sólo generaría choques y antagonismos de valores, sino que podría ser ignorante de las relaciones de poder y subordinación entre los grupos. Sin embargo, la regulación y la implantación de versiones ordenadoras es precisamente el problema que nos lleva a realizar estos análisis. En la parte final del libro de ATTAC, Carlos Frade (2001) habla de la multiplicidad presente en Porto Alegre, en donde “podían oírse las notas de una sinfonía que, aunque desafinada de vez en cuando, tenía una enorme fuerza”. Esta sinfonía de la resistencia, ya se ha vuelto una melodía instituyente, una partitura que se sigue con más o menos virtuosidad. El lenguaje, siendo nuestra más conspicua forma de estar en el mundo, se presenta a la vez como nuestra herramienta de liberación y como nuestra cárcel.
Está, por otro lado, la idea de que para poder conversar no tengamos necesariamente que recurrir a significados comunes (Bauman, 1999) y que es muy cercana a la de heteroglosia, que aboga por la pluralidad de lenguajes en una misma articulación comunicativa. También esta conectada con esta idea la esperanza de que “el incidir deliberadamente en la producción de significado”(Ibáñez, 2001, p. 169) para “alimentar, en la medida de lo posible, el imaginario colectivo radical” (Ibáñez, 2001, p.166) contribuya a debilitar lo instituido y genere unas prácticas de mayor libertad. El medio del cual se sirve esa acción esperanzada son los procesos a través de los cuales se tiende simplemente a la “libertad, traducida en los términos de creación, multiplicidad y variedad de pasiones” (De Vicente, 1999).
Referencias.
Bauman, Z. (1999) En busca de la Política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Bourdieu, P. (1998) La dominación masculina Barcelona: Anagrama.
Burkitt, I. (1998) The death and rebirth of the Author: the Bakhtin circle and Bordieu on individuality, language and revolution, en Mayerfeld Bell, M. Y Gardiner, M. (eds) Bakhtin and the Human Sciences. London: Sage.
De Vicente, C. (1999) (Ed.) Introducción en Discurso sobre la vida posible. Textos situacionistas sobre la vida cotidiana Hondarribia: Sediciones.
Frade, C. (2001) Poder Global y Sociedad Civil: el foro social mundial de Porto Alegre en Cassen, B. te al (2001) ATTAC contra la dictadura de los mercados Barcelona : Icaria.
Garay, A. (2001) Poder y subjetividad. Un discurso vivo Tesis Doctoral, UAB.
Henri Lustinger Thaler (1996) “Remembering Forgetfully” en Vered Amit Talai & Caroline Knowles (eds) Resituating Identities. The Politics of Race, Ethnicity and Culture Peterborough: Broadview Press.
Ibáñez, T. (1994) Psicología social construccionista Guadalajara (Mexico): Universidad de Guadalajara.
Ibáñez, T. (2001) Municiones para disidentes Barcelona: Gedisa.
Laclau, E. (2001) Emancipations London: Verso.
Mouffe, C. (2001) Algunes Observacions Sobre Política Feminista. Transversal 15/01. El Cos de les Idees. Pp. 36-41.
Yael Zerubavel (1995) Recovered Roots: Collective Memory and the Making of Israeli National Tradition Chicago: University of Chicago Press.

[1] Master commemorative narratives.
[2] Mi traducción.
[3] Por ejemplo, Butler (1993) y Mouffe (2001) se refieren a esto como el exterior constitutivo. Butler, J. (1993) Bodies that Matter. On the Discursive Limits of “Sex”. London: Routledge.

“Hacer crítica social” les dije (todavía con un poco de jet-lag en el cuerpo). “Claro, claro. Y ¿has pensado en fuentes de financiamiento?” me respondieron.

La Historia.
Al llegar a Chile, reinicié mis lazos laborales (y retomé algunos amistosos) con un grupo de mujeres que conforman el IMSur[1], una ONG feminista situada en Concepción. Esta institución tiene ya funcionando un par de décadas y ha respirado siempre en parte gracias al aire económico insuflado por IVOS, una agencia de cooperación holandesa. Cuando Chile, el país del milagro económico neo-liberal, ya no es una prioridad para la ayuda europea, muchas ONGs como ésta se ven obligadas a “autogenerar” sus propios fondos o aceptar la muerte. En IMSur trabajan personas que han estado toda su vida laboral en la institución y cada año los horarios, los honorarios y las actividades se ven recortadas para poder flotar un tiempo más con los fondos de Holanda. Finalmente, una ONG nacida en plena dictadura, con un perfil claramente crítico y transformador se viste de consultora, vende sus servicios y comienza a acceder al mercado de los proyectos prioritarios.
“Investigación crítica”, les dije.
En el contexto de la autogeneración de fondos, me arrimé a trabajar al IMSur, reemplazando a la psicóloga del Programa de Violencia Doméstica y Sexual. Mi labor se amplió más tarde, cuando nos enteramos que todas debíamos dejar unas horas de nuestra jornada para localizar fondos para la ONG.
Hacía algún tiempo, motivada por nuestra experiencia como sudacas en Barcelona y por las continuas noticias xenofóbicas desde Santiago (por la inmigración peruana a la capital, principalmente), se me había ocurrido generar un área de trabajo que se dedicara a asuntos de inmigración, presionando por leyes más amigables y generando actividades con mujeres inmigrantes. Planteé la idea, la cual fue mal recibida en un principio... hasta que hablamos con Rojer[2].
Al mismo tiempo, comencé a trabajar en una universidad estatal, donde la historia toma visos mucho más normativos. La investigación es un proceso de producción regulado por cuotas y competencias mercantiles.
Paréntesis.
En investigación crítica uno de los objetivos principales es evidenciar las relaciones de poder operando en toda construcción social y con ello evitar reproducir las relaciones de poder de explotación y marginación en el proceso investigativo (Kincheloe y Mclaren, 1994). En esa búsqueda, a menudo lo que intentamos establecer en investigación social crítica son fijaciones parciales, precarias y contingentes que recojan la fluidez y detengan la búsqueda de coherencia categorial. Sin embargo ¿cómo hacerlo? ¿Cómo regular la parcialidad de nuestras fijaciones cuando, por ejemplo, investigamos desde una universidad? ¿Cómo, cuando nuestras prioridades se acompasan con las cooperaciones europeas? ¿Cómo, cuando nuestras investigaciones son publicadas, y nuestras categorías citadas y re-citadas una y otra vez? ¿Cómo, si sobre nuestras categorías parciales se construyen otras en cada nueva investigación social? ¿Cómo evitar la solidificación de estos simulacros del simulacro? ¿Cómo, si nuestros grados académicos y nuestra etiqueta de investigadoras sociales nos confiere tanta autoridad? ¿Cómo evitar que la investigación social crítica no se vuelva la nueva carnada con la cual atrapar lo Inapropiable para ser gobernado?

“En ciencias sociales, sólo hay interpretación. Nada habla por sí mismo” (Denzin, 1994: 500). Nuestro trabajo investigativo toma sentido en el interpretar a otras (personas, situaciones, textos, etc.) y en la interpretación que muchas veces hacemos de nosotras mismas. Este acto interpretativo implica que fijemos significado y con esto tomamos parte construyendo mundo social, cuerpos, etc.
Dice Rosenblatt (2002) que incluso mucho antes de tomar contacto con el “campo” hemos construido imaginarios sobre las sujetas. De este modo, su proceso de construcción comienza antes de la entrevista y está relacionado incluso con los imaginarios de personas o instituciones remotas, pero constructoras de realidad social (En mi historia, la agencia IVOS es también parte de la construcción que hacemos de esta sujeta).
La entrevista también es un proceso de construcción (Rosemblatt, 2002), cada entrevista diferente es una herramienta también distinta para esculpir una nueva sujeta. Escogemos una forma y unas preguntas basadas en nuestros propios imaginarios y construcciones y a partir de ello solidificamos una sujeta de investigación. A su vez, la llamada “sujeta” también tiene unos imaginarios sobre la investigación específica y sobre la investigación social en general, y construye sus respuestas acorde con esto. El mismo proceso se lleva a cabo a la hora de la interpretación. De esta manera, un proceso de investigación no es un proceso de descubrimiento, sino que de (co) construcción y re-creación de un fenómeno social. Walkerdine[3] (2002), relata su experiencia acerca de cómo las investigadoras sociales construimos sujetos categoriales basadas en elementos de la entrevista, generando categorías que obedecen a aspectos más bien contingentes que estables.
También en investigación construimos un orden desde la complejidad. Nuestra función es dar sentido (Denzin, 1994) a lo intrincado de la realidad social. Las investigadoras sociales somos constructoras de categorías y fijadoras de realidad, aún cuando reconozcamos su carácter ficcional (Rosenblatt, 2002). Al inventar la historia de cómo es un determinado fenómeno, reducimos su complejidad y lo congelamos socialmente. Esta propiedad de todo acto investigativo, implica responsabilidad. Muchas veces dejamos lo inasible, lo plástico, listo para ser consumido, empacado para llevar (caso de las inmigrantes en Concepción).
Del mismo modo, la construcción de una sujeta también supone la eliminación de su fragmentación y complejidad y la creación de una cierta coherencia. Las personas son integradas y definidas al ser conceptualizadas; esto responde y refuerza en gran medida el concepto de persona como ser coherente, transparente y definido (de Peuter, 1998) del liberalismo y el humanismo. Las concepciones modernas del ser como coherente se ven entonces reafirmadas; nosotras entregamos cuentas claras de la realidad social y al poner esta realidad en un lenguaje común la encerramos. Socializar nuestra investigación es la trampa que nos impide, como diría Mouffe[4] (1999), dejar los significados fluir libremente. La investigación social como fuente de multiplicidad y contingencia tiene limites, los cuales son, precisamente, los limites de lo social. En efecto, para que la eclosión de sentidos diferentes no se vuelva solipsista y clausurante, debe partir del compartir sus construcciones colectivamente. La proliferación discursiva y la parcialidad de las fijaciones que construyamos en nuestra investigación tiene los límites que le da la necesidad de contar con significados compartidos, los cuales son necesarios para construir una versión colectiva (dialogante). El hacer investigación se convierte en un acto imposible de realizar en un contexto como Babel. Necesitamos de un habla común, del acto de compartir ciertas claves que nos permitan entendernos; “cualquier entendimiento real, es dialógico por naturaleza” (Bajtin, en Danon, 1991). En cierta forma, entonces, estas versiones son cerradas e implican el acuerdo colectivo. La investigación y las categorías que genera son también un acuerdo consensual porque necesitan ser producto de la comunicación. En la parte final del libro de ATTAC, Carlos Frade (2001) habla de la multiplicidad presente en Porto Alegre, en donde “podían oírse las notas de una sinfonía que, aunque desafinada de vez en cuando, tenía una enorme fuerza”. Esta sinfonía de la resistencia, ya se ha vuelto una melodía instituyente, una partitura que se sigue con más o menos virtuosidad. El lenguaje, siendo nuestra más conspicua forma de estar en el mundo, se presenta a la vez como nuestra herramienta de liberación y como nuestra cárcel.
En investigación crítica también nombramos, corriendo el riesgo de no poder controlar la parcialidad de nuestras fijaciones, a las cuales la autoridad de la investigación en ciencias sociales confiere considerable densidad y peso. Por otra parte, al construir esta fijación, por parcial que ésta sea, siempre estamos construyendo una otra (exterior constitutivo), por lo que al final nos preguntamos para qué hacer investigación social y cómo puede hacerse una investigación social liberadora y no generadora de márgenes de exclusión o de blancos para proyectos de gobernabilidad. La investigación social, incluso la crítica y la post moderna, están encerradas en la inteligibilidad. Para ser inteligible, la ciencia social debe recurrir al congelamiento a través del lenguaje. Debe también alegar una cierta validez, decir que ha pasado lo que se reporta, decir que esta verdad es verdadera (aunque no sea en los términos del iluminismo). Ya sea esto lo “correcto” en términos de Denzin (1994) o la verdad convencional situada cultural e históricamente (Rivero, 2001).
La mera acción de nombrar, fija versiones y con el tiempo las naturaliza; en palabras de Mouffe, se generan “efectos totalizantes” (1999; 111), porque tal como ella enuncia, unas posiciones de sujeta toman preponderancia sobre otras. El mismo Laclau (2001) nos advierte estar alerta a las relaciones de poder y subordinación entre los grupos, cuando habla del proyecto democrático radical.
Una de las primeras operaciones para establecer la idea de diálogo, es descentrar la sujeta. La idea de una sujeta descentrada otorga agencia a la relación social, volviéndose ésta la unidad básica del análisis. Esta concepción de la articulación comunicativa como punto de partida de lo social (y no del/la individu@ aislad@) recuerda al concepto de diálogo trabajado por Bajtin (de Peuter, 1998; Burkitt, 1998). La perspectiva bajtiniana, siendo dialógica rescata a la otra como un lugar de posibilidad más que un sitio de exclusión “soy consciente de mi mismo y me vuelvo yo mismo sólo cuando me revelo a la otra, a través de la otra y con ayuda de la otra” (Bajtin, en Danon, 1991). Este ver la subjetividad no como algo individual, sino como estando localizada dentro de una compleja dinámica material-semiótica desplaza la idea estática de categoría en la que la particularidad es especialmente subrayada a través de un proceso que Bourdieu (1998) llamaría “trabajo histórico de deshistorización”. Esta subjetividad dialógica y procesual, es más difícil de atrapar y más complicada de naturalizar.
Está, por otro lado, la idea de que para poder conversar no tengamos necesariamente que recurrir a significados comunes (Bauman, 1999) y que es muy cercana a la de heteroglosia, que aboga por la pluralidad de lenguajes en una misma articulación comunicativa. También está conectada con esta idea la esperanza de que “el incidir deliberadamente en la producción de significado” (Ibáñez, 2001; 169) para “alimentar, en la medida de lo posible, el imaginario colectivo radical” (Ibáñez, 2001; 166) contribuya a debilitar lo instituido y genere unas prácticas de mayor libertad.
Una segunda operación tiene que ver con la reflexividad y la capacidad de articularnos con otras de manera contingente. La responsabilidad por la construcción hecha en el proceso de investigar debe ser aceptada y además debemos revisar continuamente nuestra autoridad para hablar de otras y por otras. “La objetividad feminista trata de la localización limitada y del conocimiento situado, no de la trascendencia y el desdoblamiento del sujeto y del objeto. Caso de lograrlo, podremos responder de lo que aprendemos y de cómo miramos”(Haraway, 1991; 327).
Ambas operaciones tienen una expresión material complicada. Probablemente perder el debate del curso ha sido una de las razones por las cuales tengo aún tantas dudas con la puesta en escena de ellas. Sin embargo, también creo que tiene mucho que ver con los espacios dentro de los cuales nos movemos y de las reglas que rigen esos espacios. La tesis doctoral puede moverse en un espacio relativamente poco restringido, pero los artículos e investigaciones hechas dentro de espacios institucionales (llámense ONGs o universidades del estado) están constreñidos por reglas, dineros, discursos, imaginarios, ante eso, me pregunto qué podemos hacer más que resistir.
La historia.
Al día de hoy la historia ha avanzado un poco. Hemos realizado entrevistas exploratorias y el IMSur está deseoso de ver resultados que nos puedan llevar a proponer un proyecto que genere algunos fondos. La universidad, a su vez, está ávida de ver publicaciones en revistas ISI.
Nosotras, por otro lado, cautas con publicar, pensando que la información que hemos sintetizado pueda poner a las mujeres inmigrantes en Concepción, hasta ahora invisibles (o, más bien transparentes), en la mira de los organismos públicos. Complicadas con presentar nuestra investigación, objetivando un grupo de mujeres muy heterogéneas en una categoría relativamente estable (al menos, para ser inteligible). Nuestra historia se inscribe en la historia de los financiamientos internacionales, pero también del “mainstream” universitario, donde queeriar nuestras entrevistas, nuestras interpretaciones o aún nuestras publicaciones tendría unas consecuencias materiales innegables.

Bibliografía.
Bauman, Z. (1999) En busca de la Política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Bourdieu, P. (1998) La Dominación Masculina. Barcelona: Anagrama.
Burkitt, I. (1998) The death and rebirth of the Author: the Bakhtin circle and Bordieu on individuality, language and revolution, en Mayerfeld Bell, M. Y Gardiner, M. (eds) Bakhtin and the Human Sciences. London: Sage.
Danon, K. (1991) The Thought of Mikhail Bakhtin. From Word to Culture. Hong Kong: McMillan Press.
De Peuter, J. (1998) The Dialogic of Narrative Identity, en Mayerfeld Bell, M. y Gardiner, M. (eds.) Bakhtin and the Human Sciences. London:Sage.
Denzin, N. (1994) The Art and Politics of Interpretation, en Denzin, N. y Lincoln, Y. (eds.) Handbook of Qualitative Research. London: Sage.
Frade, C. (2001) Poder Global y Sociedad Civil: el foro social mundial de Porto Alegre en Cassen, B. te al (2001) ATTAC contra la dictadura de los mercados Barcelona : Icaria.
Haraway, D. (1991) Ciencia, Cyborgs y Mujeres: La Reinvención de la Naturaleza. Madrid: Cátedra, 1995.
Ibáñez, T. (1994) Psicología Social Construccionista. Guadalajara (Mexico): Universidad de Guadalajara
Kincheloe, J. y Mclaren, P. (1994) Rethinking Critical Theory and Qualitative Research, en Denzin, N. y Lincoln, Y. (eds.) Handbook of Qualitative Research. London: Sage.
Laclau, E. (2001) Emancipations. London: Verso.
Mouffe, C. (2001) Algunes Observacions Sobre Política Feminista. Transversal 15/01. El Cos de les Idees. Pp. 36-41.
Rivero, I. (2001) Una Aproximación Crítica a las Prácticas Psicoterapéuticas: Visicitudes de un Viaje a través del Análisis de Discurso. Tomo I. Bellaterra: Universitat Autonoma de Barcelona, trabajo de Investigación.
Rosenblatt, P. (2002) Interviewing at the Border of Fact and Fiction, en Gubrium, J. y Holstein, J. (eds.) Handbook of Interview Reasearch: Context and Method. London: Sage.
[1] Instituto Mujeres del Sur.
[2] El representante de la IVOS para Chile y Perú, quien nos dijo que el área de inmigración era interesante y que tenía potencial para financiamiento.
[3] Clase impartida en la UAB en el contexto del Doctorado en Psicología Social.
[4] Conferencia impartida por Chantal Mouffe dentro del seminario Globlalización y diferenciación cultural, 19 y 20 de marzo, MACBA-CCCB, 1999.